Conozco la sonrisa brillante de las mañanas...
Las tardes melladas,las desdentadas noches.
Sé del aullar de gigantes en lumbres aspas de molino
,sé del letargo de los sentidos entre el estruendo de monedas,sé del néctar de las bocas y de su aliento en la nuca,
sé de las palabras inútiles como bolitas de humo,y de camas deshechas como lienzos desflorados.
Sé de los bordes cortantes del canto herido,
sé de su demencial cordura.
Desconozco, sin embargo, ese rostro vagamente familiar,
que me mira a cada instante desde el espejo...


-kutxi Romero-

5 de agosto de 2010

Transición a la impotencia, a la indignación.

El vino se balanceaba sutilmente, deslizándose por el cristal de la copa al compás de los aplausos. Turistas hipnotizados por tango aplaudíamos pensando que eso era Buenos Aires. Noches de tango, casas rosas, bomboneras y boludos.
¿Un poco más de vino señora?. Si, por favor. Saboreaba mi copa, mientras me sorprendía la rapidez con la que se podían mover los pies. Mi mente se extraía, recordando mi vida santiaguina, aproximadamente cada medio minuto. Los tangos me extrapolaban a momentos de felicidad, y me inundaban de tristeza por hablar en pasado de ellos.

En las copas ya vacías, resonaban los aplausos finales. Yo iba llenando mi copa con lágrimas, nose si de emoción, de tristeza, o de felicidad. Se acabo el espectáculo.

Camino al hotel, oí un llanto. Un gran y profundo llanto con el que se hubieran llenado todas las copas del teatro. De repente noté como algo se agarra fuertemente a mi pierna. Paralizada sin saber como reaccionar, vi a un niño, de no más de 5 años pegado a mi. Alcé la vista, “a ver si veo algún adulto responsable de él”.

Fueron días de transición a mi mundo. Y en esa transición, la impotencia e indignación comenzaron de nuevo a apoderarse de mi, puta realidad. Con perdón.

¿El adulto responsable?.Era una mujer sentada en una esquina en el suelo de la calle más céntrica de Buenos Aires. Al lado de los grandes hoteles y comercios, estaba bebiéndose su gran litro de cerveza, mientras 4 niños más temblaban de frío a su alrededor.

Y nadie, hace nada.

Bienvenida a la realidad señora Marta.