Conozco la sonrisa brillante de las mañanas...
Las tardes melladas,las desdentadas noches.
Sé del aullar de gigantes en lumbres aspas de molino
,sé del letargo de los sentidos entre el estruendo de monedas,sé del néctar de las bocas y de su aliento en la nuca,
sé de las palabras inútiles como bolitas de humo,y de camas deshechas como lienzos desflorados.
Sé de los bordes cortantes del canto herido,
sé de su demencial cordura.
Desconozco, sin embargo, ese rostro vagamente familiar,
que me mira a cada instante desde el espejo...


-kutxi Romero-

1 de junio de 2010

¿El dinero da la infelicidad?

Apenas teníamos 8 años. Cuando en aquel colegio hundido en la montaña, cada semana nos introducían en el ambiguo mundo de la moral, nos hacían debatir y reflexionar sobre las cuestiones más existencialistas. Pobres inocentes ignorantes. Debatíamos, como si fuéramos a arreglar el mundo en una hora, pero rara vez llegábamos un acuerdo. 15 años después, seguramente incluso más ignorantes que entonces, pero con poco de inocencia, me gustaría volver a esas aulas, y plantear una pegunta, de las más típicas que nos hacían, al revés.

¿ El dinero de la felicidad? Quien no se ha planteado eso alguna vez, todos en algún momento de nuestra vida hemos tenido una conversación al respecto. Hoy me pregunto, que dirían aquellos inocentes, si le diéramos la vuelta., ¿ El dinero da la infelicidad?.
Realmente, la cuestión sería, ¿El exceso de dinero de la infelicidad?

Un nuevo mundo, que pasa ante mis ojos fugaz, ha hecho que durante tres meses aprecie más que nunca la calidad de la gente. Que me enriquezca con los valores. Que vea gestos que en mi vida he visto. Pero a la vez, un complejo de inferioridad enorme. Un intento continúo por semejarse a un mundo que idealizan, que tiene poco de ideal. “Dentro de unos años seremos más desarrollados que España” me dijo. Y mi respuesta fue, ya lo son. Porque no necesitan un consumismo desmesurado, no antepone sus vacaciones a la solidaridad, porque son capaces de regalar su tiempo a las personas, sin recibir nada a cambio… pero todos esos valores se pierden tras la mascara del dinero, de la producción del ansia de éxito. Están en el punto perfecto, en el que la compaginan perfectamente una auténtica calidad de vida, con los recursos necesarios para vivir, y no deshumanizarse. Me aterroriza la idea de volver en unos años, y ver que han perdido su identidad, en el afán de parecerse a países que les tienen mucho que envidiar.

¿Cómo España? ¿Cómo Europa? ¿Cómo EEUU?... Países que en los últimos años día tras día salen con el titular de “Crisis” en su portada, con la poca vergüenza de no considerar los países que verdaderamente está en crisis. No hace 4 meses que este suelo se enfureció y dejó sin hogar a miles de personas, sin cultivos, sin negocios…, en esos 4 meses no he oído más de dos veces la palabra crisis, sin embargo, no he dejado de oir solidaridad, ni voluntariado, ni donaciones… Los titulares en el viejo continente, o en la madre patria como les llaman, deberían ser CRISIS, CRISIS DE VALORES.

Michael Gates Gill, es un claro reflejo de mi pregunta a clase, de que el exceso de dinero da la infelicidad. Es la historia de un hombre rico, una hermosa casa, una familia, un alto puesto en una multinacional de publicidad… Muchos de aquellos inocentes e ignorantes niños, diría que más del 90% firmaría por tener esa vida, hace 15 años y ahora… Después de firmar les cuento… le despidieron de su empleo, su mujer, mostrando poco de amor le abandonó, y le diagnosticaron un cáncer ¿Ahora nadie se cambia por él verdad?.
Pero la consecuencia de todo esto, no fue la infelicidad, sino todo lo contrario. Desamparado, tomándose un café en la mayor cadena Norte Americana… una de las camareras, al ver su mal estado, se acercó a el ofreciéndole ayuda. El resultado de la conversación, fue que trabajar de camarero en esta cadena. Dice que allí, entre espressos, caffé latte y capuccinos descubrió lo que de verdad importa en la vida: la aceptación de uno mismo, la amistad, la felicidad verdadera y el sentido de la propia existencia. Ahora resulta que ha escrito un libro, contando su historia, que en esencia es un anuncio publicitario, disfrazado, de la marca de la cafetería que cambió su vida. Seguramente ahora se estará haciendo rico, contando su historia, pero espero que no se olviden los valores que asegura que aprendió, al igual que espero que no se me olviden a mi los que estoy aprendiendo aquí.

La respuesta a la pregunta, la dejaré abierta a su juicio, como en cada debate de clase, nunca había consenso.