Sus dedos tecleaban alegremente su nuevo juguete, no le importaba nada más que su minipiano mientras sus pies recorrían sin cansarse la plaza donde las asambleas le rodeaban. Esa plaza a la que todos llegaban por diversos motivos, pero se quedaban por el mismo.
Me acuerdo el primer día que lo vimos. La lluvia torrencial de cuatro días nos estaba poniendo un obstáculo más a los recientes vividos con el nuevo servicio de limpieza que ofrecían los mossos, o con los peligros eminentes que alertaba un simple y carísimo partido de fútbol.
Pero la indignación era más fuerte que todo y un simple toldo, puede que el que tuviera más goteras de toda la plaza, nos bastaba para resistir. Y en esa resistencia a modo de múscia indignada apereció el gabacho. El primer día con un mal humor alarmante solo increpaba para pedir comida o tabaco. Nadie le entendíamos más de dos palabras, aunque él gritaba en francés su indignación particular. Poco a poco fuimos descubriendo su historia. Sus turbulentas vivencias, sus luchas particulares contra el entorno y su propia mente. Fuimos aprendiendo a convivir con él. Fuimos aprendiendo que al interacción siempre es mejor que el ignorar. Y él acabó entendiendo qué haciamos allí, formó parte de la gran familia que éramos. Se sentía arropado después de mucho tiempo. Siempre me inquietó que sería de él, y de otros muchos, cuando la plaza se desalojara. Una semana después era el primero en recoger y limpiar, sus gritos se transformaron en sonrisa y nuestra incomprensión en cariño.
Semanas después los pies de algunos de nosotros llevaban la indiganción por los pueblos de la ignorada Teruel, cuando una llamada nos informa de que ya se ha “limpiado” la plaza del todo. El desalojo esperado habia llegado, y en mi mente apereció su rostro sonriente y la gran duda de si algún día volvería a sonreir con la misma naturalidad, o si lo habrían encerrado en un psiquiátrico que par aél era su cadena perpetua.
Hoy, reencontrandome con la ciudad condal, he cruzado una esquina y lo he visto, cerca de la plaza reconquistada por las palomas. Le vi esa mirada triste desconcertante del primer día, no sabía si me reconocería. Al verme sus labios han comenzado a sonreir con nostalgia, y mis ojos han empezado a derramar lágrimas.
Todas las personas del camino, me han ayudado a ser más persona, me han cambiado, me están cambiando. Es el primer paso para cambiar el mundo.
Me acuerdo el primer día que lo vimos. La lluvia torrencial de cuatro días nos estaba poniendo un obstáculo más a los recientes vividos con el nuevo servicio de limpieza que ofrecían los mossos, o con los peligros eminentes que alertaba un simple y carísimo partido de fútbol.
Pero la indignación era más fuerte que todo y un simple toldo, puede que el que tuviera más goteras de toda la plaza, nos bastaba para resistir. Y en esa resistencia a modo de múscia indignada apereció el gabacho. El primer día con un mal humor alarmante solo increpaba para pedir comida o tabaco. Nadie le entendíamos más de dos palabras, aunque él gritaba en francés su indignación particular. Poco a poco fuimos descubriendo su historia. Sus turbulentas vivencias, sus luchas particulares contra el entorno y su propia mente. Fuimos aprendiendo a convivir con él. Fuimos aprendiendo que al interacción siempre es mejor que el ignorar. Y él acabó entendiendo qué haciamos allí, formó parte de la gran familia que éramos. Se sentía arropado después de mucho tiempo. Siempre me inquietó que sería de él, y de otros muchos, cuando la plaza se desalojara. Una semana después era el primero en recoger y limpiar, sus gritos se transformaron en sonrisa y nuestra incomprensión en cariño.
Semanas después los pies de algunos de nosotros llevaban la indiganción por los pueblos de la ignorada Teruel, cuando una llamada nos informa de que ya se ha “limpiado” la plaza del todo. El desalojo esperado habia llegado, y en mi mente apereció su rostro sonriente y la gran duda de si algún día volvería a sonreir con la misma naturalidad, o si lo habrían encerrado en un psiquiátrico que par aél era su cadena perpetua.
Hoy, reencontrandome con la ciudad condal, he cruzado una esquina y lo he visto, cerca de la plaza reconquistada por las palomas. Le vi esa mirada triste desconcertante del primer día, no sabía si me reconocería. Al verme sus labios han comenzado a sonreir con nostalgia, y mis ojos han empezado a derramar lágrimas.
Todas las personas del camino, me han ayudado a ser más persona, me han cambiado, me están cambiando. Es el primer paso para cambiar el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario